Antología del colmillo retorcido
Vuelve
el ínclito, el maravilloso, el de la floja conciencia y el verbo vertiginoso,
el lunático detective con el que tantas sonrisas ha arrancado a los lectores
Eduardo Mendoza, y lo hace con el eco sociológico de una crisis ante la que,
visto lo visto, lo mejor que se puede hacer es empuñar la ironía, el sarcasmo,
el esperpento y todo el ridículo que seamos capaces de imaginar, porque de otra
manera terminaríamos como el propio protagonista, durmiendo desnudos en el
suelo de su tocador de señoras, o con la cabeza dentro de un secador industrial
y chupando el mango de un cepillo en vez de una anémica cuchara huérfana de los
jugos del progreso.
La
desaparición de Rómulo el Guapo, antiguo compañero de celda de nuestro
particular investigador, es el punto de partida que trae a la escena de su vida
a una serie de personajes disparatados, una parada de monstruos narrativos que
roza la genialidad, una esposa despampanante y lúbrica con la que no hay manera
humana o divina de yacer, una adolescente turbia llamada Quesito, timadores
profesionales, mimos de alcurnia, africanos albinos, acordeonistas callejeros
que aún esperan una orden del Partido para hacer estallar de una vez por todas la
revolución. Y, cómo no, chinos, porque los chinos han dejado de ser una
amenaza, son una realidad económica capaz de adaptarse al medio con una
facilidad sobrecogedora, guerreros del euro que compran locales y rinden
homenaje a los políticos catalanes del General Tat.
Es imposible
leer esta novela sin esbozar una sonrisa, incluso sin carcajearse a veces, y sin
envidiar la manera tan sibilina con la que Eduardo Mendoza retuerce una vez más
su colmillo, porque lo hace con un estilo con el que ya nos hemos
familiarizado, capaz de narrar los disparates más estrambóticos con una
naturalidad pasmosa, tal y como hace con el atentado que se le atribuye al
desaparecido Rómulo el Guapo, verdadera sublimación de un deseo que más de una
vez habrán tenido algunos de los cinco millones de parados de este país. Además,
la presencia de Barcelona como personaje, y no solo como fondo escénico,
resulta imprescindible una vez más en las aventuras de este perturbado que hace
años se ganó un hueco, nada respetable, por cierto, en la literatura española.
Menos mal que no han vuelto a encerrarle
a pesar de sus tropelías, resulta mucho más interesante en libertad, salvo que
algún día se le rebele del todo a su autor.
‘El enredo de la bolsa y la
vida’. Eduardo Mendoza.
Editorial: Seix Barral. Barcelona,
2012. 277 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 7/7/2012)