ARTE O VERDAD
Toda la novela de Francisco López Serrano tiene una única misión: guiar al lector hacia un momento final en el que se roza lo sublime, en el que la búsqueda de la autenticidad incluso llega a sobreponerse a la idea de la muerte, y con el regalo añadido de potenciar en todos nosotros un buen puñado de reflexiones vitales.
Hay autores que hacen de su voz el mayor de sus valores, y de su estilo, su personalidad, un gran argumento para ser leídos, sobre todo porque con esos argumentos encaran la literatura de una manera diferente al resto, saltándose alguna que otra norma, pero sobre todo enfocando sus historias, sus tramas, con unas perspectivas fuera de lo habitual, recordándoles a los lectores que el misterio de escribir es tan atractivo como infinito. Francisco López Serrano pertenece a esa estirpe de escritores que se vacían en cada línea, en cada frase, y que no lanzan una palabra o una idea sin haberla desmigajado antes, hasta estar seguros de que cumple con lo que desean.
Novelas como esta son joyas que al tiempo se convierten en llamadas de atención para el lector, alternativas a otros productos hechos con prisas y destinados al disfrute tan inmediato como efímero. Una sola página de “La piel muda” queda en la memoria como algo digno de recordarse, puesto que nos ofrece, amén de un pedacito de su historia, media docena de reflexiones de esas que hacen pupa, porque son las que nos obligan a detenernos y a pensar sobre lo que vivimos, la manera en que lo estamos viviendo, y quizá hasta la huella que esas vivencias pueden dejar a nuestro alrededor. Como se puede apreciar, no hablamos de nada desdeñable.
Libertad absoluta
Con un protagonista inmovilizado, que únicamente puede comunicarse mediante parpadeos, López Serrano nos presenta también a un hombre que por primera vez en su vida se siente libre del todo, he ahí la paradoja, esa libertad, tan anhelada, tan esquiva, llega cuando solo podemos enfrentarnos a nosotros mismos, cuando somos nuestra única compañía, aunque no todo el mundo esté preparado para soportarse.
Este marchante de arte, en cambio, aprovecha su situación incluso para pasar revista a su vida, desde una infancia peculiar en la que odió al hermano que destrozó con su llegada la perfección de la relación que él mantenía con su madre, hasta llegar al engaño marital y el comercial, acaso el que provocó el terremoto cerebral que ahora le tiene postrado.
Pero además de lo vital, y de lo existencial antes mencionado, el autor también se lanza a teorizar acerca de las nuevas tendencias del arte contemporáneo, más exactamente sobre aquellas corrientes que llevan décadas buscando un sentido artístico al cuerpo humano degradado, a sus vísceras, al dolor y a la búsqueda de la representación artística más esquiva, la de la propia muerte, porque ya no consuelan los cuadros que la reflejan, o las esculturas, no consuelan cuando se ha rozado ese momento con algún ser vivo, aunque no haya sido racional.
Memoria y arte
En ese recorrido de la memoria que hace el protagonista, asistimos a viajes, cierres de exposiciones, egos monumentales que desafían la ética, la moral y todo lo desafiable, y hasta personajes inquietantes, cuya existencia parece rozar el terror. Arte y vida, arte o verdad, dicotomías sobre las que López Serrano provoca que nos detengamos cada pocas páginas, para respirar y dejar que lo narrado, y lo sugerido, se pose en el alma, o en el hueco del cerebro que a cada uno le corresponda.
No piense el lector que, tras lo anterior, nos encontraremos ante un estilo árido y reconcentrado, nada más lejos de la verdad, porque la prosa es la adecuada para cada situación, cada momento, cada narración, y no hay caídas en lo facilón ni al hablar de las cuestiones fisiológicas del enfermo ni tampoco cuando evoca aquellas curiosas exposiciones.
Sí podemos hallar, quizá, veladas críticas hacia el mundo del arte, o hacia el negocio del arte, que acaso sean términos un tanto opuestos, pero no de una manera canibalística, más bien hay una intención de llamar a las cosas por su nombre, de abrir los ojos a los idealistas incautos, y de ponernos ante las narices esas reflexiones de las que antes hablábamos.
Si la piel es muda o no, le toca averiguarlo al lector, porque en el interior de la misma se suele guardar lo más valioso, ya sea físico o moral, y a cada uno le toca protegerlo de la manera que mejor sepa o pueda. Esa mezcla de recuerdos infantiles, personales o profesionales, tiene una única misión: guiar al lector hacia un momento final en el que roza lo sublime, en el que la búsqueda de la autenticidad incluso llega a sobreponerse a la idea de la muerte.
La huella que dejamos aquí, que todos deberíamos intuir diminuta, puede ser plasmada de muchas maneras, pero sin duda dolerá un poco menos hacerlo con conocimiento de causa, llevando nuestras intenciones hasta sus últimas consecuencias. La huella de nuestro protagonista, desde luego, va a ser memorable, y en un solo acto puede ser capaz de reunir todas las justificaciones de su vida.
Francisco López Serrano, que ya ha dado a la imprenta una docena de novelas, así como otros volúmenes de relatos, ha logrado comprimir todo lo anterior en menos de doscientas páginas, y con ellas alzarse con el Premio València Narrativa Alfons El Magnànim el pasado año. Si se acercan a estas páginas comprenderán por qué, verán que méritos no le faltan, pero sobre todo alcanzarán una lectura plena, detenida, y con la que se sorprenderá desvelando algunas reflexiones propias que quizá de otra forma les costase dejar salir.
A veces la piel, aun siendo muda, es la que logra elevar mejor la voz, ya sea en la vida, el amor, la muerte o el arte, y por supuesto, también en la literatura.
‘LA PIEL MUDA’.
FRANCISCO LÓPEZ SERRANO
Versátil. 187 páginas.
https://www.laverdad.es/ababol/libros/arte-verdad-20230128092224-nt.html