UNA ALEGRÍA Y UN MODELO DE APRENDIZAJE
Giménez
Bartlett no ha renunciado a nada, y tal vez incluso se haya burlado
sibilinamente de unos cuantos tópicos que en ocasiones espesan un poco la
novela negra. No se apunta al carro de la no ficción pero muestra suficiente valor
y talento como para armar una novela de ficción en la que el lector reconoce a
la perfección unos cuantos códigos reales.
En
estos tiempos de sobreabundancia de novelas negras, es una alegría que aparezca
un nuevo título de una de las figuras que más ha hecho por el género en nuestro
país. Alicia Giménez Bartlett ya no tiene nada que demostrarle a nadie, y sin
embargo sigue teniendo el gusanillo de las tramas de misterio, y lo que es
todavía más importante, la energía suficiente como para seguir regalándonos
novelas.
Por
si esto no fuera suficiente, no exprime hasta la saciedad a su Petra Delicado,
a cuyo pasado y orígenes ya le dedicó una magnífica novela en 2020, Sin muertos, sino que se ha sacado de la
manga a dos hermanas, Berta y Marta Miralles, recién salidas de la academia
como flamantes inspectoras. El motivo, pues uno bastante malintencionado, la
verdad, aunque ya sabemos que la autora albaceteña no da nunca una puntada sin
hilo, cargar sobre las espaldas de dos mujeres novatas una investigación que
nadie desea ver llegar a ningún puerto, la de la muerte de Vita Castellá,
presidenta de la Generalitat Valenciana, encontrada muerta en un hotel poco
antes de acudir a declarar en una vista que más parecía estar montándose como
un moderno auto de fe.
Ficción o no ficción
Queda
claro entonces que no es preciso apuntarse al carro de la no ficción para
seguir en la actualidad negra, sino que hay que tener valor y talento para,
partiendo de un caso real, armar una novela de ficción en la que el lector
reconozca a la perfección unos cuantos códigos reales: corrupción, inacción
policial, machismo inveterado de los viejos dinosaurios, y el sálvese quien
pueda del partido de la fallecida.
Una
vez asumidos dichos códigos, nos queda nada menos que la trama, eso que a veces
muchos autores quieren obviar en beneficio de la acción, y que sin embargo es
primordial para que una novela no se nos caiga de las manos. Y la trama fluye,
vaya si fluye, porque además lo hace de una manera enérgica, casi autónoma,
gracias al impedimento que les han puesto a las hermanas Miralles, y que les
permitirá bordear los caminos de la ley, o lo que es lo mismo, salirse un poco
del a veces tan rígido marco de la novela procedimental. Que nadie busque en
esta obra el celo y la meticulosidad de Petra Delicado y Fermín Garzón, las
Miralles son otra cosa, diferente, actual, tienen sus luces y sus defectos,
pero por encima de todo son tozudas como ellas solas, una virtud esencial para
intentar resolver un caso como el que nos ocupa.
Tópicos rotos
Giménez
Bartlett no ha renunciado a nada, y tal vez incluso se haya burlado
sibilinamente de unos cuantos tópicos que en ocasiones espesan un poco la
novela negra. Berta y Marta han de luchar contra todo el machismo policial y
eso las lleva a intentar empoderarse en cada una de sus intervenciones. Los
hombres del cuerpo, salvo honrosas excepciones, quedan a la altura de un
basurero, salvo un periodista homosexual que asesoraba a la difunta y que se
congracia con las hermanas, y otro inspector que se pondrá de su lado más allá
de recorrida la mitad de la trama.
Evidentemente,
esos tópicos están para romperlos, y burlarse de ellos también es una forma de
hacerlo. Las otras mujeres presentes en la novela, incluida la extinta
presidenta, parecen personajes mucho más potentes, aunque sean efímeros, y esa
reivindicación de lo femenino por parte de la autora no se puede soslayar,
aunque en algunas ocasiones parezca que se han cargado un poco las tintas, con
el consiguiente riesgo de saturar al lector.
Lo
que no se puede negar es el carácter de unas hermanas que, luchando contra
todos los males habidos y por haber, en una sociedad altamente corrupta, y
gracias al magnífico ritmo que les impone su autora, nos llevan hacia el final
con un buen sabor de boca, y con ganas de volver a verlas en acción.
Ese
estreno, también hay que reconocerlo, no se sustenta solo en el morbo de saber
qué será realidad y qué invención en un caso tan conocido por todos, sino que
se convierte en un caldo de cultivo que curte a ambas inspectoras, al tiempo
que pone al lector, como mandan los cánones del género, en el camino de los
males sociales, que Giménez Bartlett encara desde el principio sin ningún tipo
de pudor. Nada de secretismos entre los que mandan, una desfachatez continua
para montar una cortina de humo, pero de humo basto y gordote, en torno al caso
de todos los casos, pero precisamente el que nunca podrá tener resolución si
ellos quieren seguir conservando el pellejo.
Lo personal y lo profesional
Frente
a ese mundo pútrido y por desgracia tan conocido para todos nosotros, destaca
también el universo personal de las Miralles, estudiando juntas en la academia,
viviendo juntas, acudiendo de vez en cuando a la casa familiar para cumplir con
las obligaciones filiales, y muy complementarias a la hora del reparto de
caracteres (imaginamos que voluntariamente asignados por su creadora), tanto en
lo físico como en lo deductivo, en lo casero y las relaciones sociales, en los
triunfos sexuales de una y el amargo fracaso amoroso que arrastra la otra.
Ese
contraste entre lo social y lo personal en el que tienen que moverse ambos
personajes es otro de los méritos que presenta la novela, avanzando en pos de
un equilibrio en el que el lector logre mantenerse para seguir con interés el
avance de la investigación. La forma en la que encajan, o lo intentan, ambas
hermanas en un mundo tradicionalmente masculino y que no parece dispuesto a
cambiar, las relaciones con sus superiores, ya sean jueces y comisarios,
constituyen también un termómetro de la realidad policial y, ¿por qué no?, de
la propia novela negra, en unos momentos en los que la mujer está tomando poco
a poco el dominio de la misma, o al menos lo está intentando con todas sus
fuerzas y con unas buenas toneladas de méritos.
Que
la maestra de muchos autores, la mujer que junto a Lorenzo Silva proporcionó a
la novela negra española la verdadera dimensión que ha llegado a tener, siga
apuntalando así el género, debería ser, además de una alegría, como se
mencionaba al principio, todo un modelo de aprendizaje para todos aquellos que
alguna vez nos hayamos atrevido a construir una trama negra.
‘LA
PRESIDENTA’. ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT
Alfaguara Negra 2022. 344 páginas.
(LA VERDAD, "ABABOL", 01/10/2022)
https://www.laverdad.es/ababol/libros/alegria-modelo-aprendizaje-20221001002718-ntvo.html