NUEVOS
TIEMPOS
El giro, el giro es lo más complicado, sobre todo si ha
de hacerse con una mano, porque la otra debe estar sujetando convenientemente
la cabeza del individuo. Hay que tener un pulso firme para que el trazo curvo
sea lo más fiel posible, y no se convierta en una serie de intentonas y
pespuntes que desluzcan el resultado final.
Además, debe hacerse de un tirón, como si fuera una
rúbrica, que al fin y al cabo es casi lo que es, la firma que ese desgraciado
habrá de llevar encima el resto de su vida, si es que logra pasarla aquí, si es
que no le deportan en una caja metálica cuando tengan que sacarle de la cárcel.
Se aparta unos centímetros sin soltar del todo la cabeza
y asiente medianamente satisfecho, no ha quedado del todo mal, una curva aceptable
a pesar de las circunstancias. Y es que todo ha cambiado mucho desde que lucha
sin uniforme, porque el enemigo tampoco los lleva. Jamás pensó que tendría más
dificultades para operar en su propio país de las que tuvo en Europa. Solo, sin
equipo y sin la pista del idioma, todo se complica mucho más.
Este conflicto no termina de ser el suyo, pero es lo que
le ha tocado, alguien tiene que hacerlo como alguien tuvo que hacerlo entonces,
pero encontrarlos aquí requiere ahora mucho más olfato que unos años atrás. Aun
así, no se puede quejar, ha dado ya con más de una treintena, y aunque sabe que
sus superiores – ya no queda algo mando alguno que pueda mostrarse magnánimo –
no aprueban su conducta, sabe también que se dedican a mirar hacia otro lado, porque
esta guerra fría no tiene los mismos códigos que tuvo la otra, ni siquiera a la
hora de romperlos.
Se esmera de nuevo y termina el astil con un trazo firme,
ya sólo queda lo más sencillo, pero hay que darse prisa antes de que la sangre
de la frente reclame lo que es suyo y le estorbe la siguiente línea. Una vez
que la hoz ha quedado grabada, llega el turno del martillo, mucho más simple y
solucionado con dos incisiones firmes, la vertical larga y la horizontal
pequeña, sin que haya que buscar más reconocimiento.
El exteniente Aldo Raine limpia su machete en la camisa
de su última obra, mientras sus ojos se extravían añorando la vieja Europa y la
simplicidad de aquel cruce de líneas rectas que le hacía tan fácil el grabado
de la esvástica.