ANTONIO PARRA SANZ (Madrid 1965), profesor de Lengua y Literatura, de Escritura Creativa y crítico literario. Novelas: Ojos de fuego, La mano de Midas (Premio Libro Murciano 2015), Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos; Acabo de matar a mi editor, Dos cuarenta y nueve y Entre amigos (Serie Sonia Ruiz 6). Relatos: Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos, Malas artes. Artículos: La linterna mágica, Butaca de patio. Ensayo: Tres heridas.
Aquellas palabras siguen retumbando en su cabeza desde
que salió, y acuden solas a su boca cada vez que un claxon o una voz le
sobresaltan. No es fácil estar ahí, Brooks lo sabía y lo dejó escrito en aquel
cuchitril, pero él no está dispuesto a seguir sus pasos.
Por mucho que fuera la elección más sencilla, terminar de
golpe colgando de una soga no justificaría tantos años y tantos sueños
alimentados y cumplidos entre aquellas otras paredes. Descorcha la botella que
ha distraído esa tarde del supermercado y le da un par de tragos sin dejar de
leer el mensaje escrito en aquella viga, sobre su cabeza.
No se trata de haber estado en un lugar, estar es una
cosa y dejar huella otra muy diferente, él lo sabe porque lo ha visto durante
tres cuartos de su vida. Se hartó de ver llegar a muchos y esfumarse a las
pocas semanas, aunque siguieran allí, porque se iban borrando entre el polvo
gris del patio, entre los interminables recuentos y el agotamiento de las
voluntades.
No, a él no le ocurrirá, ni aunque ya se hubiera
institucionalizado. Lo que ha visto ahora no lo conocía pero no se va a rendir,
nunca se rindió y controlar el mercado allí dentro fue su salvavidas, como
otros tenían los suyos, como Andy tenía su ajedrez.
Ha visto el revólver en el mismo lugar del escaparate,
cada tarde durante semanas, al volver del insulso trabajo en el supermercado. Y
como cada tarde se ha parado a contemplarlo, porque el paso siguiente sería muy
fácil, pero ahí está lo que su amigo siempre decía, la diferencia entre empeñarse
en vivir o empeñarse en morir.
Hoy al fin ha reunido el valor y ha entrado. Apenas habló
con el empleado y se lo señaló con la mano. Con el paquete en el bolsillo se
sintió de nuevo poderoso, fugitivo y poderoso, y así ha llegado hasta su
cuarto, clandestino a pesar de la decisión tomada.
Coloca la silla sobre la mesa y se sube a ella, se ha
vestido para la ocasión. Saca su navaja y marca su nombre junto al de Brooks.
Él no acabará aquí, y se tiende vestido en la cama, toqueteando la brújula que al
día siguiente le llevará a iniciar el viaje de su vida.
La
gran novedad del Premio Mandarache 2021 ha sido la de abrirse a otros géneros
diferentes a la narrativa de ficción, tales como la poesía, narrativa de no
ficción y teatro. En esta última disciplina ha llegado uno de los grandes
aciertos, con esta pieza de Alfredo Sanzol, un autor curtido en el mundo
escénico que nos regala una delicia que combina el humor con lo sobrenatural,
sin olvidarse también de temas muy actuales como la insatisfacción personal o
el desmedido avance de una sociedad un tanto ciega.
Dos
hermanas se mueven en la disyuntiva de deshacerse o no de la antigua casa
familiar, por cuyas puertas transita nada menos que una autopista, con todo lo
que eso conlleva. A partir de ahí, el autor nos sumerge en la actitud de cada
hermana, la de Guada, que prefiere la casa al ruido, y la de Trini, que no
soporta pagar semejante peaje. Desde ese punto de arranque al lector le toca
presenciar cómo cada una utilizará sus armar para intentar conseguir sus
propósitos.
Para
ello entran en liza otras dos parejas de hermanos, estableciéndose divertidas y
curiosas coincidencias dramáticas, coincidencias y diferencias que el lector
tendrá que ir descubriendo entre sonrisas, pero percibiendo también que no
serán sonrisas vacías, sino que cada una de ellas esconderá su correspondiente
justificación.
Una
magnífica propuesta para los jóvenes lectores que se acerquen por vez primera a
la literatura dramática, y un buen recordatorio, para lectores más avanzados,
de que somos un país con una presencia escénica considerable, con una herencia
teatral de primerísimo orden que a veces se nos olvida, y no precisamente
porque pasen por nuestra puerta otras autopistas literarias.
Ha
finiquitado Francisco Marín su trilogía negra con una trama que arranca
partiendo de un crimen real ocurrido en Ibiza hace unos cuantos años, y lo ha
hecho con una novela en la que el peso de la investigación ha recaído en su
álter ego, también escritor y con su mismo nombre, mostrando al lector que
conoce las pautas de una buena investigación, y que sabe manejarse en las
mismas.
Esta
vez el abogado Raúl Ballesteros y el detective Álex Zarco, los otros dos lados
del triángulo protagónico de la serie, dan un paso a un lado para que sea el
escritor quien se haga el verdadero protagonista, sacando a la luz los errores
cometidos en su día en la investigación policial, y formulando las diferentes
hipótesis sobre la autoría del crimen, incluso realizando entrevistas a
numerosos testigos, uno de los cuales incidirá directamente en su existencia.
De
los sospechosos, eso sí, se encarga Zarco, que le da cumplida cuenta mediante
las correspondientes grabaciones, así que los lectores contemplamos íntegro el
fresco de posibilidades en cuanto a la autoría del crimen. Con un aire más
detectivesco que nunca, el autor castreño afincado en Ibiza se ha soltado aún
más en las aguas del género negro, por eso sorprende haberle oído decir que
ahora quiere cambiar de registro.
Esperemos
que sea un alejamiento temporal, porque los fieles de su personaje, y me consta
que no somos pocos, seguiremos aguardando alguna trama ibicenca más de ese
trasunto escritor detectivesco.
Filtrar la
realidad a través de unos versos es un privilegio al alcance de unos pocos
elegidos, aquellas personas dispuestas a ver el mundo con una mirada especial.
Así lo hace Ana Pérez Cañamares, y así lo lleva haciendo media vida a juzgar
por sus numerosos poemarios.
En
esta ocasión, ese balance al que se refiere el título arranca con una primera
parte que se extiende durante casi todo el volumen, “Mapas”, y que se nos
presenta bajo los epígrafes de los cuatro puntos cardinales, cuatro decisiones
que marcan el camino de la autora en momentos clave de un viaje que es común al
ser humano, lleno de satisfacciones, amarguras, naufragios, silencios, amores y
tristezas.
En
suma, un viaje que nos hace sentirnos vivos, dándonos siempre las dos caras de
una moneda que a veces hemos de lanzar al aire suspirando para que caiga del
lado que deseamos. Esto, que para otros autores puede convertirse en algo
parecido a un calvario, lo resuelve Ana Pérez Cañamares con unos versos
sentidos y profundos, pero sin caer en los enigmas indescifrables, sino
invitando al lector a compartir esas imágenes que nos lleven a sentir tanto
como a reflexionar.
Como
colofón, el último bloque de poemas, titulado “Tesoros”, es seguramente el más
íntimo, el que recoge la mirada de la autora hacia sus padres, hacia el pasado
compartido con ellos, hacia la nostalgia y los recuerdos que también forman
parte de nosotros, que también nos han hecho ser quienes somos. Versos, sin
duda, para que todos sumemos.
Cuando
un fotógrafo se enamora de un continente corre el riesgo de no ser saber
distinguir entre la realidad y lo que le atrae de él, y eso podría condicionar
sus imágenes, pero si se tiene el ojo de Xavier Aldekoa, y su capacidad
analítica, ese miedo deja de existir, y así lo demuestra en este volumen, que
recoge unos cuantos de los viajes que el reportero ha realizado por el
continente africano.
Un
continente que tiene un atractivo singular, él no ha sido el primero en quedar atrapado
por ese magnetismo, y seguramente no será tampoco el último, y un continente
que tiene muchísimo que ofrecer, sobre todo si los occidentales queremos asumir
que ya son muchas décadas las que llevamos dándole la espalda.
Epidemias,
guerras, miseria, mutilaciones, expolios, niños soldado, integrismo, falta de
progreso, la lista de temas abarcados por Aldekoa en este libro podría ser muy
larga, sin olvidar, por supuesto, la odisea de la migración y el florecimiento
de las mafias alrededor de un fenómeno que hace ya algún tiempo que es algo más
que una cuestión de supervivencia.
Como
europeos, deberíamos leer un libro que nos haga reflexionar sobre lo que
verdaderamente tiene que ser la igualdad, pero también para aprender de las
múltiples enseñanzas que el habitante africano puede darnos, en cuanto a
hospitalidad, sencillez, generosidad, sacrificio, y en definitiva a la hora de
encarar la vida, dándole importancia a lo que de verdad la tiene, y sin
refugiarnos en naderías, como acostumbramos a hacer por estos lares.
Alicia mira la botella con tanta prevención como deseo,
se siente sola. A pesar de las preocupaciones de los demás para que se recupere
del todo, ha empezado a sentirse abandonada. Y es entonces cuando vierte los
seis centilitros de ginebra en la coctelera, al menos el sonido del líquido al
caer le hace algo de compañía.
Mira de reojo el retrato de su padre, al que arrastraron
por el lodo, y cree que ya es tarde para intentar limpiar el apellido Huber.
Tampoco se detiene ahora a valorar qué viejas conexiones ha despertado en su
memoria el aroma de enebro, tan solo aprieta el limón hasta derramar su
amargura con un chorro translúcido, tanto como el aire de aquella terraza en
Brasil, cuando los besos eran casi eternos.
Todo se puede paliar, el azúcar hará su labor, aunque
sólo sea media cucharilla. A lo que no tiene acceso es a la suavidad de la
clara de huevo, como tampoco hay manera de dulcificar la ausencia que Devlin le
ha dejado en los últimos días.
Él sí ha podido volver a trabajar, volver a salvar la
democracia, sin preocuparse de cómo se queda ella en aquel piso extraño que
ninguno de los dos ha terminado de hacer suyo todavía. Los nueve centilitros de
soda espumean en la coctelera, agitándose con una alegría importada, con la misma
celeridad con la que a ella le mecieron en el pasado otros modales exquisitos.
Prescinde de la guinda y vierte el contenido en la copa,
contemplando cómo baña el hielo picado. Sabe que no debería volver a beber pero
la mañana ha avanzado con crueldad y ya es el tercer gin fizz que se ha
preparado.
Sin dejar de observar el magnetismo de la baquelita del
teléfono aguarda, pero sus labios se adelantan y se posan en el frío eléctrico
de la copa. Apura la mitad de ella y consiente en que el embrujo del alcohol
termine de colonizar su consciencia. Sin querer ha vuelto a las brumas de
aquella otra casa, a escuchar cómo Álex Sebastian le susurraba al oído que todo
estaba bien, que no pasaba nada.
Una voz que reverbera desde la copa y que ella hubiera
preferido no resucitar.
Perros con placa de Mario de la Rosa por Antonio Parra
Título
Perros con placa
Datos publicación
Libros Indie. Cantabria 2020. 312 págs.
Autor
Mario de la Rosa (Madrid, 1975) es actor y escritor. Como actor ha participado en numerosas producciones nacionales, destacando en títulos como: La casa de papel, de Netflix, o Conquistadores Adventum, de Movistar+. Entre las producciones internacionales en las que ha participado se encuentran: The Nigth Manager, de BBC, Hellboy, de Neli Marshall, o Wild Oast, de Andy Tenant.
Como escritor empezó poniendo letra a canciones que se tornaron en poesías y éstas en narrativa. También ha escritor guiones. Perros con placa es su primera novela, nacida de uno de ellos.
Sinopsis de la obra
El inspector Caballero está al mando de un grupo de la policía judicial que opera contra el narcotráfico. Inmerso en una importante operación —la detención de una banda del crimen organizado llamada Los Mastines— y lastrado por un pasado con estigmas imborrables, tendrá que emplearse a fondo para luchar en los numerosos frentes que tiene abiertos. ¿Puede combatirse la violencia con más violencia?… Su carrera, su libertad y su vida están en juego, y para Caballero “el fin siempre justifica los medios”. Perros con placa habla de la huida hacia adelante, improvisada y violenta, que va marcando el paso del inspector. Todo lo que toca se corrompe, pero ya no hay manera de volver atrás, el vértigo y la ansiedad lo acompañan de cerca. Al ritmo del rap más crudo vamos conformando un puzzle donde no sobra ninguna pieza, la causalidad imperando siempre sobre la casualidad.
Barrios, extrarradio y ciudades dormitorio conviven convulsamente con un Madrid céntrico de caché y cuna, conformando un tablero latente que evoluciona de manera discurrente como lo hacen los personajes de esta novela. La capital se presenta como una jungla de asfalto en la que los instintos animales de cada uno terminan por imponerse a la racionalidad. Todos se comportan como perros callejeros cuando son llevados al límite, aunque algunos de ellos se parapeten tras una placa.
Reseña
Ensuciarse las manos
Volver a los orígenes del género, revolcarse en el lodo de la corrupción, pasear los lados más oscuros de la realidad, en definitiva, ensuciarse bien las manos es lo que hace Mario de la Rosa en esta novela en la que un grupo de la policía judicial que lucha contra el narcotráfico ha de enfrentarse a la banda de Los Mastines
Al frente de ese grupo están el comisario Rochina y el inspector Caballero, dos perfiles complejos y llenos de aristas, acostumbrados a lo más duro del oficio, y que llevan ya juntos unos cuantos años. Frente a ellos, un líder también con carisma, El Gran Can, a quien nadie logra identificar, y que mueve los hilos de la organización atento a lidiar tanto con sus subordinados como con los miembros de otros grupos que intentarán usurparles el terreno.
Los hechos de esta novela sólo admiten un código: el de la violencia, y a ese código tendrán que aferrarse también los agentes del orden, viviendo esa tensión continua y poniendo sus vidas permanentemente en el alero. Hay sexo, muerte, luchas de barrio, un Madrid hostil en el que cualquiera puede caer a la vuelta de una esquina o por una mala confidencia, y un ambiente de perpetua desconfianza que hará al lector sentir de primera mano a qué huele la adrenalina del peligro y la muerte.
Mario de la Rosa se suelta con un lenguaje duro, con un ritmo a veces febril aunque deje algún pequeño resquicio para el recuerdo, y sobre todo con una potente determinación que hará que los cercos, los varios cercos que se dan en la novela, vayan estrechándose sin remisión, amenazando con cortarle la respiración a más de un lector.
El mal de Corcira de Lorenzo Silva por Antonio Parra
Título
El mal de Corcira
Datos publicación
Editorial Destino. Barcelona 2020. 544 págs.
Autor
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ha escrito, entre otras, las novelas La flaqueza del bolchevique (finalista del Premio Nadal 1997), Noviembre sin violetas, La sustancia interior, El urinario, El ángel oculto, El nombre de los nuestros, Carta blanca (Premio Primavera 2004), Niños feroces, Música para feos y Recordarán tu nombre. En 2006 publicó junto a Luis Miguel Francisco Y al final, la guerra, un libro-reportaje sobre la intervención de las tropas españolas en Irak y en 2010 Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo). Además, es autor de la serie policíaca protagonizada por los investigadores de la Guardia Civil Bevilacqua y Chamorro. Con uno de sus títulos, El alquimista impaciente, ganó el Premio Nadal 2000 y con otro, La marca del meridiano, el Premio Planeta 2012. Desde 2010 es guardia civil honorario.
Sinopsis de la obra
Un varón de mediana edad aparece desnudo y brutalmente asesinado en una solitaria playa de Formentera. Según varios testimonios recogidos por la Guardia Civil de las islas, en los días previos se le había visto en compañía de distintos jóvenes en locales de ambiente gay de Ibiza. Cuando sus jefes llaman a Bevilacqua para que se ocupe de la investigación y le informan de la peculiaridad del muerto, un ciudadano vasco condenado en su día por colaboración con ETA, el subteniente comprenderá que no es un caso más.
Para tratar de esclarecer el crimen, y después de indagar sobre el terreno, Bevilacqua tendrá que trasladarse con su equipo a Guipúzcoa, el lugar de residencia del difunto, a una zona que conoce bien por su implicación casi treinta años atrás en la lucha antiterrorista.
Allí deberá vencer la desconfianza del entorno de la víctima y, sobre todo, lidiar con sus propios fantasmas del pasado, con lo que hizo y lo que dejó de hacer en una «guerra» entre conciudadanos, como la que veinticinco siglos atrás hubo en Corcira —hoy Corfú— y que Tucídides describió en toda su crudeza. Esos fantasmas le conducirán a una incómoda pregunta que como ser humano y como investigador criminal le concierne inexcusablemente: ¿en qué medida nos conforma aquello contra lo que luchamos?
Reseña
Volver
Puede que no con la frente marchita, pero sí con alguna que otra nieve plateada en la sien, así regresa Bevilacqua en esta décimo segunda entrega de la serie, y lo decimos en singular porque Lorenzo Silva, sabedor de lo que se le venía encima a su personaje, le concede a Chamorro un pequeño descanso, motivado por un tiroteo durante un asalto. Como lector, uno se previene ante la ausencia de Virginia, pero el autor madrileño nos tranquiliza enseguida, y es que hay un viaje en el tiempo que al subteniente le corresponde hacer en solitario.
¿Hablamos de memoria? No estrictamente, hablamos de dos tramas muy bien imbricadas, y de una que dará entrada a la otra. A saber, la muerte de un hombre en Formentera, apaleado en lo que parece responder a un asunto sexual, llevará hasta allí a Bevilacqua, claro que para justificar el viaje, y la intrusión en otra casa que no es la suya, hay que atender a la identidad del finado: un antiguo colaborador de ETA.
Y esas tres letras dan paso a la segunda de las tramas, o lo que es lo mismo, reactivarán la memoria de Vila y de sus tiempos pasados en el País Vasco, durante los años del plomo, durante una época en la que ser de la benemérita suponía llevar una diana en la espalda y padecer no sólo el miedo, sino también el desprecio de gran parte de la población vasca.
Ése es el viaje que Bevilacqua ha de realizar en soledad, porque el lector necesita también esa intimidad, precisa conocer los motivos que llevaron al joven Rubén a solicitar aquel destino, cuando todo el que podía salía huyendo de allí, a habitar en Intxaurrondo, con lo que ese nombre ha significado para nuestra historia reciente, e incluso a intentar infiltrarse en los entornos más hostiles del terrorismo abertzale. Eso sí, Lorenzo Silva se muestra atemperado, no hay ningún proselitismo salvo la intención de llamar a las cosas por su nombre, algo que tampoco es fácil al hablar de una cuestión que todavía supura en la memoria española.
Con una sabia alternancia de capítulos, hace frente también a la investigación del homicidio, y junto a Arnau, que es quien le acompaña durante dos tercios de la novela, vemos al Vila de siempre, escrupuloso, detallista con los pies ajenos que no quiere pisar, algo rebelde con sus mandos hasta donde puede serlo, y empecinado por encontrar la verdad, casi tanto como a la hora de asegurarse de que no sea la mentira la que triunfe.
En mitad de esos vaivenes que le traen los recuerdos, hay reflexiones, claro, sobre la justicia, la verdad, los años, la familia (sorprende ver cuán distintos están resultando Bevilacqua padre y su vástago, ya metido de lleno en la empresa), la soledad, la amistad y quién sabe si sobre algo más.
Hay quienes afean el hecho de que una novela negra tenga quinientas páginas, defendiendo que las tramas deben ser más escuetas, yendo siempre al grano, pues bien, aquí no sólo no sobra una sola página, sino que incluso podemos echar en falta alguna más, porque ese viaje al pasado, con sus dolores y certezas, nos ancla al libro y al propio personaje, completando un poco el círculo de lo que necesitábamos saber todavía de Bevilacqua.
Son
muchas las historias de barcos que han inspirado grandes novelas a lo largo de
distintas épocas de la literatura. Adaptar una de ellas al público juvenil, en
los tiempos que corren, es un acto de gran valentía, la que demostró Paloma
González Rubio al pergeñar una novela que le llevó a obtener el premio Alandar
2019, y en la que las vidas de Inés y Miguel, instaladas en lo que podríamos
considerar lo convencionalmente estable, se verán sacudidas por la aparición de
un joven que vive precisamente alejado de todo lo convencional.
Los
orígenes de la trama de João, centrada en ese adolescente que vive con
su madre en el velero Meltemi, apartado siempre de tierra firme, se sitúan en
un caso real que la autora presenció en las islas Baleares mientras navegaba
con su familia en su barco. En Ibiza conoció a una mujer que huía de cada
puerto para que no escolarizaran a su hijo, un niño de cuatro años que se movía
como un acróbata por la cubierta. Esa historia caló tan hondo en su memoria que
poco a poco se fue convirtiendo en literatura.
La
creación de este personaje supone todo un homenaje a los héroes románticos de
las grandes novelas de aventuras, de ahí que todavía sea capaz de alcanzar gran
trascendencia entre los lectores adolescentes, quienes comprobarán, de su mano,
que la libertad absoluta exige un pago muy alto, en comparación con la
servidumbre que nos puede exigir la vida en tierra, la vida siguiendo a toda
costa las normas establecidas. Es decir, que vivir como Joao supone estar permanentemente
en riesgo, y ahí puede radicar precisamente uno de los atractivos del texto, en
ese mensaje.
De
fondo, la autora toca también otros temas que no pasan desapercibidos para un
ojo adulto, y deja entrever de qué manera la sombra de ciertas situaciones
peligrosas, ya sean sociales o sentimentales, puede terminar condicionando
también la vida de los más jóvenes. Una novela deliciosa cuya lectura le pasará en un vuelo a quien sucumba a la atracción de subirse a bordo del Meltemi.