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lunes, 14 de febrero de 2011

TRAMPANTOJOS


Un hombre agreste va sentado en el autobús, junto a la ventanilla, de espaldas a la marcha, con un sofisticadísimo teléfono móvil enclaustrado en su mano, uno de esos aparatos con teclado minúsculo, agenda electrónica y centenares de aplicaciones. El aparato suena con frecuencia y él se limita a interrumpir la llamada, sin contestar, para devolver de nuevo la mano a su mejilla. Una mejilla surcada por décadas de trabajo en el campo, al aire libre, llena de las grietas de tantas cosechas recogidas. La expresión es mitad indiferente mitad triste, de nuevo pulsa el botón e interrumpe la melodía. En su oreja izquierda brilla una pequeña bola de oro, el pendiente y el móvil serán la marca de los hijos, el hierro con el que lanzar al exterior al patriarca de su propiedad, como si con ambos adminículos tranquilizaran el remordimiento de conciencia de no acompañarle en sus últimos años.

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