Para quedarse sin uñas
Ha
regresado Víctor Ros a nuestras vidas, Jerónimo Tirstante ha vuelto a hacerlo,
ha conseguido de nuevo atrapar al lector desde la página inicial, con un
bombardeo de tramas y episodios al que es casi imposible sustraerse. Este autor
ya hace tiempo que ha demostrado su maestría en género del folletín de
misterio, aquél que en cada entrega periodística ponía en peligro semanal las
uñas de nuestros antepasados.
Y
lo ha hecho reconociendo y dando cabida, como no podía ser de otra manera, a la
evolución de su personaje, quien precisamente por algunos de sus defectos (un
cierto aire de soberbia, sus manías perfeccionistas) no deja de ser una
criatura narrativa de lo más redonda. Así debe ser, y así nos encontramos a un
Víctor tan desencantado con las instituciones que no sólo abandonó la policía
sino que se permite el lujo de hacerles más de un feo a las autoridades locales
de Oviedo. Sí, porque ha regresado al lugar donde empezó todo, donde se empeñó
en demostrar que iba a ser el mejor policía del país, y donde además dejó
alguna que otra cuenta pendiente de índole más personal.
La
sombra de la peor de sus rivales, Bárbara Miranda, se cierne sobre él, mientras
intenta resolver el caso más complejo de su carrera, tanto oficial como privada,
junto al juez Casamajó y a su hijo Eduardo, fiel heredero tanto en lo deductivo
como en lo profesional. Como ya se ha dicho, no hallará el lector un solo
respiro en la trama, sino alfilerazos que le harán pasar páginas sin resuello,
eso sí, disfrutando con las luces de la mente de Víctor Ros, y con algún que
otro guiño literario que se ha permitido Jerónimo Tristante, como los cameos de
dos nombres que quizá les suenen: Víctor Quintanar y Ana Ozores. Una delicia.
La última noche de Víctor Ros. Jerónimo Tristante.
Plaza y Janés. Barcelona 2013. 444 páginas. Precio: 18’90 euros.
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