Memoria marchita
Un
joven escritor, e investigador de la literatura popular española durante
franquismo, da casi por azar con una de las últimas figuras de dichas obras de
quiosco, uno de aquellos hombres que firmaban con seudónimo anglosajón una novela
del oeste cada pocos días. Lo que en principio era admiración poco a poco se vuelve
una relación extraña en la que los egos de ambos escritores compiten justo
hasta que Arturo, el más joven, encuentra una carta entre los papeles de su
madre, recientemente fallecida.
El
planteamiento: autor joven seducido por autor muy veterano, no es algo
novedoso, pero lo que sí es diferente es el tratamiento que hace del mismo
David G. Panadero, puesto que no se limita a caminar por el sendero de la
admiración sino que desde el inicio coloca a Mateo Duque en el punto de mira de
un joven creador que es capaz de hacerle reparar en sus miserias tanto como en
sus virtudes. No hay fe ciega en el talento, más bien preguntas que el veterano
autor a veces trata de esquivar, y todo cobra sentido cuando se destapan
ciertas relaciones que el propio Duque tuvo con otros miembros de la
clandestinidad en el tardofranquismo.
Alternando
la memoria con la lucha antifranquista, la obra también habla de
metaliteratura, ofreciéndole al lector, igual que lo recibe el joven Arturo, un
argumento de novela negra sobre el que reflexionar, e incluso con el que jugar
a crear, tal y como ambos escritores se plantean hacer a lo largo de la trama.
Esa memoria es a veces como un papel viejo, como esos títulos de literatura de
consumo que se agolpan en las casas de ambos protagonistas, pero la memoria se
vuelve también hoja marchita movida por un viento caprichoso que termina por
provocar algún que otro ajuste de cuentas. David G. Panadero lo sabe bien y se
mueve a la perfección entre esas dos aguas.
Los viejos papeles. David G. Panadero.
Cuadernos del Laberinto. Madrid
2016. 128 págs. 16 euros.
(LA VERDAD, "ABABOL", 11/3/2017)
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